El método del carbón

Huguito siempre ha sido un tipo tirando a haragán. No haragán del todo, pero casi. Donde te puede escatimar un esfuerzo, te lo escatima: "La perfección es ineficiente" tira cada vez que alguno osa señalarle alguna de sus habituales y distintivas desprolijidades.

Siempre le ha gustado eso del morfi y del chupi: según el horario puede ser un poquito de sangre de cristo por aquí o vinito irlandés ("Whisky" para los iletrados) por allá. Y por supuesto, siempre que la economía lo permita, el ritual de un buen asado los domingos.

El tipo ha tenido suerte con eso de la genética y el organismo siempre le ha sabido disimular sus excesos. Eso fue así hasta que pisó los 40, claro está. A él que siempre había hecho religión del fulbito con amigos y con eso se había mantenido en silueta, un par de lesiones traicioneras lo alejaron de las canchas.

Es raro pero para ser alguien tan pachorra, esa ausencia de movimiento no le gustó nada. Le picaba la ausencia de deporte pero no se terminaba de enganchar con nada. Que probar con la bici una semana, que chapucear un poco en el natatorio de la vuelta la otra... ni que hablar la vez que pagó un mes de gimnasio para ir 3 veces.

Quizás, en su amor propio, la incipiente zapán que se le empezaba a notar le sirvió de disparador. Le podríamos sumar que un día haciendo zapping, enganchó una peli de un tipo que corría, un tal Steve Prefontaine. Siempre le gustó la cosa épica, inspiradora. Todo se conjugó para que empezara a probar con lo del trote. Contra todo pronóstico, logró una saludable intermitencia. No era todas las semanas como con el fulbito, pero era algo. Hasta aquel inolvidable domingo de junio...

Era un domingo cualquiera y cuando se despertó con el ladrido de los perros de la casa de enfrente eran eso de las 10.30am. Tomó unos mates con su religioso par de tostadas con manteca y azúcar ("Sin las gemelas deliciosas, no arranco" solía decir). Era día invernal amable: no más de 15 grados pero con ese solcito amistoso que te invita a asomar el hocico un rato.

Se distrajo boludeando con el Bobby, su puro perro con inconfirmables antepasados de ovejero y pomerania. Huguito quería correr 10k, su distancia estándar, a velocidad crucero ("ritmo bergantín" en sus palabras). Cuando miró la hora, estaba justo: si se distraía un poquito, ya no salía porque no iba a llegar a comprar la bolsa de carbón cuando terminara. Podía ir a comprarla de inmediato, pero si lo hacía, sabiéndose charlatán y vueltero, ya no iba a meter el trotecito del finde. Fue ahí cuando tuvo la epifanía, cuando vio la luz: "Qué tal si salgo y juego con ese límite ("corte") del horario del almacén? Qué tal si juego con esa adrenalina?", pensó. La cosa era así: si metía el ritmo casnino de siempre, no habría carbón, no habría asado y la semana naufragaría en una inmensa melancolía de comida desabrida... No tenía opción: tenía una misión y tenía que cumplirla. Había que correr y llegar para comprar la bolsa de carbón.

La leyenda cuenta que ese día corrió como nunca, que relojeando el tiempo a cada kilómetro, mejoró su histórica marca de hacía 4 años (la del día en Santa Teresita donde un viento huracanado le sopló siempre a favor).

Le resultó tan entretenida la experiencia y tan divertida esa mini misión imposible que se había trazado, que a partir de ese domingo, jugó con el horario del almacén y la religiosa bolsa de carbón a modo de zanahoria. Encontró su juego. Lloviera, nevara o hiciera un calor sofocante, no hubo domingo que no saliera.

Existe un legendario libro llamado "Fluir: La psicología de las experiencias óptimas" de Mihaly Csikszentmihalyi ("Flow: The Psychology of Optimal Experience") que aborda todo este tema de la motivación y de cómo alcanzar un estado de profunda y satisfactoria concentración cuando se encara casi cualquier tarea. Huguito no lo leyó, pero a su modo, encontró muchas de las mismas reglas que ese prestigioso autor hizo mundialmente conocidas.

Compartir vía:

© 2024 Always Runners - Todos los derechos reservados